ESOS TRASTOS DE SILICIO (primeras líneas)
A Daniel le sorprendieron las tres de la madrugada leyendo en la cama. Cerró el libro de cuentos cuando llegó a uno inquietante de Borges, titulado Un teólogo en la muerte, que tiene un comienzo inspirador: «Los ángeles me comunicaron que, cuando falleció Melanchton, le fue suministrada en el otro mundo una casa ilusoriamente igual a la que había tenido en la tierra. (A casi todos los recién venidos a la eternidad les sucedía lo mismo y por eso creen que no han muerto).» Luego, se quedó dormido.
Por la mañana, cuando abrió la ventana, pudo sentir el olor de la lluvia de una noche tormentosa. Se estiró y bostezó para terminar el sueño. Desayunó luego los cereales y el zumo de naranja que le había dejado su madre en la mesa de la cocina. Después de lavarse, se calzó las botas, que le regalaron por su cumpleaños el día anterior. Había cumplido los veinticinco y comenzaba su andadura de bibliotecario en la Ignacio Aldecoa. Seguía así los pasos de su progenitora, que vivió entre libros toda su vida.
Camino de la biblioteca, por el paseo de la Florida, se topó con un enorme charco, que la lluvia de la noche anterior dejó en la calzada, con el sol dentro. Le tentó la idea de pisar el astro rey, aun a costa de mojar sus botas nuevas. Sin pensárselo dos veces, decidió que era una manera de poner a prueba su impermeabilidad. Pues bien, se metió dentro del charco y comenzó a chapotear, revolviendo, de alguna manera, el universo. Pero, insospechadamente, comenzó a hundirse, como si estuviera sobre arenas movedizas. Sintió que se deslizaba dentro de un tobogán oscuro, cada vez a mayor velocidad, con una sensación de ingravidez que le hacía parecer que volaba. El silbido del aire a su alrededor se mezclaba con el eco de sus propios gritos de emoción. Lo mismo llevaba los pies por delante que la cabeza, en un triple salto mortal sin fin. La oscuridad más completa le hizo perder la noción del espacio y del tiempo. Después de lo que le pareció una eternidad, emergió por el otro lado con la cabeza abajo, como si le hubiese parido la tierra.